Toda gran capital del mundo tiene su río: el Eufrates, el Sumida, el Támesis, el Nilo, el Sena, el Danubio, el Tíber y así… La leyenda de una ciudad gira en torno a él, simbolizando con heroicas aventuras, la lucha por el dominio de sus aguas, tal vez una ciudad sea su río. El Cusco, la gran metrópoli andina de las cuatro partes del mundo, tiene su Huatanay.
Un sabio maestro decía que los inkas fundaban sus llaqtas* ahí donde encontraban tres cosas: piedra, sal y agua. Tal vez por eso, la primera población del valle del Cusco haya sido hallada al sur, en Markavalle: una húmeda y fértil planicie a donde confluían dos ríos muy distintos: el dulce Huatanay y el salado Cachimayo.
Pero la historia oficial, o sea la de los vencedores, cuenta que fue el Cusco empezó como Aqhamama, ahí donde, bajando desde el Apu Senqa y después de rodear Saqsaywaman, se juntan las aguas del Saphy y el Tullumayo para formar la cola del puma: una bellísima planicie con playa incluida, a donde bajaban a bañarse desde el Qorikancha, las bellísimas vírgenes y sacerdotes del sol.
Todavía la nostalgia humedece los ojos de los más viejos cusqueños al evocarse muy niños jugueteando entre los bosquecillos de sauce llorón, q`euña y kiswar, tantas aves y sapitos, pececillos y ranas en las orillas del Watanay, que se iba haciendo más caudaloso mientras iba reuniendo más y más aguas; luego pasaba por el aeropuerto y seguía como una fresca serpiente hasta Wakarpay antes de doblar hacia el este para unirse al gran Vilcanota.
Pero son tiempos pasados, ahora el sagrado río azul, el Huatanay, literalmente “el que anuda las aguas” otrora bellamente canalizado por los incas, está ahora oculto bajo grandes avenidas de asfalto y solo aparece, ebrio y brutalmente contaminado, a la altura del Óvalo, donde junto a Pachakúteq, eleva su vergonzante protesta para exigirle al mundo, su resurrección. Una ciudad es su río, El Huatanay es el Cusco, pero parece que no se lo merece.
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*LLAQTAS: pueblos, ciudades.
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